Niña y pez
No acostumbro reposar en mis caminatas diarias, pero en esta ocasión no lo pude evitar. El sol brillaba - y quemaba - como no lo había hecho en meses y yo, felizmente habituado al gris perene, portaba gorro, bufanda y guantes que complementaban el resto de mi ropa invernal.
Sorprendentemente, no noté nada extraño durante la primera hora del paseo, pero tan pronto divisé el muelle sentí mi frente cubierta en sudor. Igual de súbita fue la sensación de asfixia que me provocaban tantas capas de ropa. Quitármelas no arregló el problema, simplemente lo transfirió a mi brazo que, tras pocos minutos, no pudo soportar más el peso.
Tantas veces había pasado por este muelle; cada vez que mis caprichos me llevaban hacia el este, pero nunca dediqué más que una breve mirada a sus viejas tablas. Ahora, mientras intentaba recobrar el aliento, un movimiento captó mi atención: un largo trozo de tela verde floreada ondeaba por acción del viento. Debajo de ella, el agua reflejaba el sol formando una enorme mancha rojiza. Curioso, di un paso más al frente. Fue en ese momento en que vi al pez. Una masa alargada saltó del agua. Incrustada en su abdomen, una fina mano de piel blanca.
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