viernes, agosto 11, 2006

El punto de los tres países

Dreilaendereck
Con mi afán de visitar lugares nuevos, y dado que la última vez nos quedamos con las ganas, el domingo decidimos ir a visitar el Dreiländereck (punto de las tres tierras), que simplemente es el punto donde hacen frontera Alemania, Polonia y la República Checa.
Nos encaminamos a Zittau y de paso revisamos las rutas, precios y horarios del tren de vía angosta para subirnos posteriormente en el mismo camino a otro pueblo.
El camino hacia el Dreiländereck ya era conocido para nosotros, pues era el mismo que seguimos para cruzar a Polonia, pero justo antes del puente fronterizo hay que dar un giro a la derecha y seguir junto al río. Menos de 2 km. después, nos encontramos con el punto, representado por banderas de los tres países, y una de la Unión Europea. Lo que yo no había yo tomado en cuenta es que uno no puede pararse sobre ese punto, pues se encuentra a la mitad del río. Por lo tanto tuvimos que conformarnos con ver la zona (que, por cierto, no tenía absolutamente nada más).
Schmalspurbahn
Tras eso, regresamos al centro de Zittau y esperamos el tren. Aunque yo ya me había subido a uno, la experiencia fue igualmente gratificante, sintiendo la brisa en el rostro, y el olor del carbón alrededor nuestro. Aunque debo aceptar que me parece curioso que estos trenes aun existan, dadas las preocupaciones ambientalistas de los alemanes.
La nube de vapor nos transportó hasta Oybin, un pueblo apacible con una montaña y ruinas de una castillo en su cima que, de hecho, tiene el título de Kurort, es decir, un lugar para descansar.
Restaurant in top of Oybin
Para no pagar la entrada a las ruinas, que además no se veían tan interesantes, nos pusimos a deambular por las rocas y después por el bosque de regreso a Oybin. Como todavía teníamos un poco de tiempo antes de la salida del tren de regreso a Zittau, caminamos junto a las vías a la parada anterior donde se encuentra un molino llamado Teufelsmühle, o sea, Molino del Diablo. El nombre sonaba interesante, sin embargo era apenas un pequeño molinillo, cubierto por un restaurante.
Aunque el viaje no resultó tan espectacular como yo me lo había imaginado, me divertí bastante y recomendaría el mismo paseo para cualquiera que quiera relajarse un domingo sin prisas.

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