Llegó trépida, con su vestido blanco inmaculado a presentar su examen final. Sabía que sería una prueba difícil, aunque desconocía por completo la naturaleza de la misma; en toda la historia, jamás se había pedido una tarea en más de una ocasión.
Nerviosa, miró que dentro de la habitación se encontraban sólo sus tres examinadores, sentados en cómodas sillas rojas. Sin ningún preámbulo, el que se encontraba en el centro se levantó le entregó una esfera negra, repleta de gases. -Ordénala- le dijo, y se sentó de nuevo, observando detenidamente cada temblor en las manos de ella.
Respirando hondo, giró la esfera para verla de todos los ángulos, o de todos los que le fueran posibles dado que no tenía puntos de referencia. La obscuridad era absoluta; ¿cómo ordenar algo que no se puede ver? El primer paso era obvio: necesitaba luz. Con un gran esfuerzo comprimió la obscuridad de tal forma que le permitiera iluminar una sección interna del orbe. Por más que se esforzó, fue incapaz de liberar más de la mitad de la superficie. Con el fin de observar cada recóndita sección, hizo girar la obscuridad. Así, luz y sombra comenzaron a alternarse en todo punto del globo.
Tras el primer giro de las tinieblas, notó que había agua por doquier. Decidió crear un firmamento, separando los líquidos sobre él de los que permanecieron debajo.
El siguiente periodo de luz mostró que las aguas de debajo se extendían aún desordenadamente, así que decidió juntarlas. Para su sorpresa, esto reveló grandes bloques de tierra café que quedaron secos. Instintivamente, casi sin pensarlo, produjo pasto y hierbas con semilla, y árboles más altos que las hierbas. Por un momento creyó que se había excedido, pero la ligera sonrisa en el anciano de la izquierda le mostró que era bueno.
Entonces había orden, y ya se encontraba relajada. Pensó en terminar ahí, pero seis ojos parecían alentarla a continuar y mostrar sus verdaderas habilidades. Entonces formó dos lámparas, una grande que presidiría el periodo de luz, y una más pequeña que centró en el área de sombras, para darle un aspecto menos monótono. Acompañó esta última con una serie de lámparas muy pequeñas, dispuestas de forma aparentemente azarosa, pero con un métodico plan detrás de su orden; no iba a reprobar por semejante tontería.
Era evidente el entusiasmo de los tres hombres que la miraban, así llenó las aguas de seres vivientes, y envió aves a revolotear entre la tierra y el firmamento. De reojo miró que ahora los tres sonreían, por lo que prosiguió a llenar la tierra con bestias de todo tipo.
Fue entonces cuando ocurrió algo asombroso, algo sin precedentes, algo que se creería imposible: uno de los decanos no pudo contener una expresión de satisfacción. Ella, extática, dio el último paso: cortó la palma de su mano, tomó una pareja de sus bestias, un macho y una hembra, los que más se parecían a ella y los bañó con su sangre, convirtiéndolos a semejanza suya.
Los rostros de los tres ancianos se volvieron inmediatamente serios. Ella no alcanzó más que murmurar -terminé- y salir de la habitación, antes de desplomarse, exhausta, sobre el piso de mármol, pero sin manchar su vestido blanco.
Fue despertada bruscamente por uno de sus examinadores, apurándola a entrar nuevamente a la habitación. Una vez dentro, el menor de los tres dijo con una voz profunda, claramente impostada:
- Su tarea era crear orden. Su resultado final es ordenado, pero su estabilidad es extremadamente frágil. Usted realizó varios pasos difíciles de forma exitosa, llevando a resultados asombrosos. Aún así, cometió un grave error al final, transfiriendo su propia impulsividad a una de sus creaciones, eso, casi seguramente, llevará a la perdición de su mundo. Por estas razones hemos decidido aprobarla, pero con la mínima calificación posible. Señorita Dios, muchas felicidades, usted ha aprobado su última prueba.
Tras los apretones de mano de rigor, cuando Dios se encaminaba nuevamente a la salida, el mayor se le aproximó, con el globo en la mano. -¿Qué quiere que hagamos con esto?- preguntó. La respuesta llegó rápidamente -tírelo a la basura, o guárdelo en la bodega, lo que le parezca mejor.